El niño feliz
y la escuela
Si un niño es
feliz está bien en cualquier lugar. Es necesario poner en práctica la pedagogía
del amor, de la proximidad, el abrazo continuo, el corazón que ama y educa al
mismo tiempo. La pedagogía de la exigencia, corrección, educando la voluntad, a
fin de que el niño aprenda a valorar la vida, el límite como hábito, en el buen
manejo de su libertad. Educar a un niño para que sea feliz, no implica sólo
pensar en sus aprendizajes sistemáticos, sino trabajar su autoestima, valorizándolo,
haciendo que viva más emociones positivas que negativas, escuchando sus
sentimientos, dándoles su identidad.
Hay algunos padres que quieren hijos exitosos y el sistema educativo, premia al de mejor nota. La escuela tradicional ha funcionado evaluando el éxito. Hoy es necesario, otros indicadores. Por ejemplo la ciencia, debe estar guiada por el amor. Puede sonar poético pero es necesario porque una ciencia sin amor, es destructiva. Al niño que aprende le hace falta inteligencia emocional. Es necesario plantearse nuevos paradigmas, diseños curriculares y profesionales que lo lleven a cabo. Es muy importante la estimulación temprana porque disfruta aprendiendo, desarrolla su creatividad e imaginación sus capacidades, fortalezas y reconoce sus debilidades.
En la escuela, el niño comparte con otros, sale para enfrentarse con un mundo lleno de exigencias. Es de vital importancia como padres de familia y educadores, se estimule constantemente a los niños en las diferentes etapas y así dar respuestas a las exigencias sociales y personales. Un niño es feliz en la escuela, cuando lo es en la casa, ésta es su base y los rieles por los que transitará toda su vida. La escuela debe acompañar este proceso educativo caminando en la misma dirección.
Hay algunos padres que quieren hijos exitosos y el sistema educativo, premia al de mejor nota. La escuela tradicional ha funcionado evaluando el éxito. Hoy es necesario, otros indicadores. Por ejemplo la ciencia, debe estar guiada por el amor. Puede sonar poético pero es necesario porque una ciencia sin amor, es destructiva. Al niño que aprende le hace falta inteligencia emocional. Es necesario plantearse nuevos paradigmas, diseños curriculares y profesionales que lo lleven a cabo. Es muy importante la estimulación temprana porque disfruta aprendiendo, desarrolla su creatividad e imaginación sus capacidades, fortalezas y reconoce sus debilidades.
En la escuela, el niño comparte con otros, sale para enfrentarse con un mundo lleno de exigencias. Es de vital importancia como padres de familia y educadores, se estimule constantemente a los niños en las diferentes etapas y así dar respuestas a las exigencias sociales y personales. Un niño es feliz en la escuela, cuando lo es en la casa, ésta es su base y los rieles por los que transitará toda su vida. La escuela debe acompañar este proceso educativo caminando en la misma dirección.
La
sonrisa tendría que ser considerada un elemento típicamente escolar, como son
los libros, los cuadernos, los lapiceros o las pizarras. Hoy, quizás más que nunca,
es preciso devolver la sonrisa a los rostros de los niños y niñas y al semblante
de sus maestros y maestras.
La
presencia o no de sonrisas es uno de los más fieles y sensibles barómetros para
medir el nivel de presión en la atmósfera de una clase. La sonrisa es un
termómetro preciso que refleja la calidez o frialdad del encuentro humano
en el que se sostiene un determinado modo de intervención pedagógica. La
sonrisa marca en las caras de alumnos y profesores, de padres e hijos, cuál es
la temperatura con la que se cuece el proceso educativo.
Nuestra
clase podía ser entendida, considerada y vivida como un campo de cultivo de
sonrisas. Fui reconociendo que, como maestro, estaba llamado a ser, en cierto
modo, un sembrador de sonrisas, un cultivador de alegrías. Por eso procuraba
que lo primero que encontrasen los niños cada mañana, al comenzar una nueva
jornada escolar, fuese mi sonrisa. Esta era, conscientemente, mi primera
actividad o lección del día: la energía de la sonrisa, el regalo de la sonrisa,
el arte de sonreír, pero sobre todo, el derecho a la sonrisa.
La
sonrisa es también una energía que es preciso atenderla, enfocarla, activarla y
cultivarla.
La
sonrisa constituye un extraordinario alimento que ha de estar presente y servirse
en la mesa (pupitres) de cada día. Es una medicina que actúa de manera
fulminante y eficaz, es la vitamina por excelencia para nuestro corazón.
La
sonrisa nos alisa y allana el camino para llegar a los demás y nos abre sus puertas.
Trazar una sonrisa en el momento del encuentro es como decir: ¡Aquí estoy!.
Quien devuelve la sonrisa no está sino respondiendo: “Pasa y entra”. La sonrisa
pone la llave y abre la puerta.
Yo
regalaba a mis alumnos mi sonrisa y ellos me la devolvían multiplicadas. Y fuimos
puliéndolas, limpiándolas, distinguiéndolas de esas otras sonrisas moldeadas
por la malicia, el sarcasmo, el cinismo, la mordacidad o la
acritud.
Cuando
un niño o una niña sonreían ante mi presencia sentía que con él o ella era toda
la Creación, el Universo entero el que se regocijaba en su sonrisa.
Cada
vez que sonreía a un niño le estaba diciendo: “Me gusta estar aquí”.
Cada
vez que un niño o niña sonreía estaban diciéndome: “Soy feliz estando aquí y
contigo”.
Esta es
una de las máximas felicidades de este trabajo: escuchar cómo cantan y cómo
ríen los niños que se marchan y alejan tras haber pasado toda una mañana
contigo.
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